CORUNA
La «gran tourada» celebrada el día 14 de Agosto.
Con un llenazo colosal, como el de la corrida anterior — y sigue no respondiendo la Coruña ¿lo entienden, señores empresarios? —y un tiempo espléndido, primaveral, se realizó la segunda parte de la sección taurina que comprendía el programa de fiestas organizado por la «Liga de amigos».
Nunca segundas partes fueron buenas, y así resultó.
Encargados de la fiesta estaban los rejoneadores portugueses José Bento d'Araujo y Eduardo L. Macedo (NOTA : Eduardo Lopes de Macedo), varios mozos de forçado (NOTA : forcado), el diestra español Padilla con dos banderilleros y un pobre diablo de Mondoñedo, apodado Frascuelito, que, según él, vino contratado como último banderillero y después resultó matador forzoso (¡!).
Hechas las cortesías, apareció en el ruedo el primer novillo, sin embolar, que como los tres restantes, era de Carreros. (José Bento de) Araujo consiguió ponerle un rejón después de gran trabajo, por lo huído del bicho. (Eduardo) Macedo, nada. Tocan á banderillas y Barbi y Rolo, con la ayuda de Padilla, el cual es solo para todo, adornan al becerro con dos pares y medio y al suelo con tres.
Como el animal estaba muy entero, Padilla se vió negro para deshacerse de él. Se tira á matar y deja un sablazo atravesado, saliendo por el vientre de la víctima la punta del estoque, en la cual flamea, ¡horror! un pedazo de interioridad ; no distingo lo que es, dicen que es un pedazo de pulmón. El diestro sale de la suerte con muy poco ídem ; es cogido, volteado y derribado, resultando con fractura de la clavícula derecha. A pesar de esto, repite y larga un golletazo, lo que ya debiera haber hecho en un principio. Pasa á la enfermería y nos quedamos con dos toreros en plaza, pues á nuestro paisano todavía no le ha visto el pelo. ¡Ah! sí, debuta ahora, limpiándole el estoque á Padilla.
Dan libertad al segundo bicho, embolado. (José Bento de) Araujo le adorna el morrillo previo lucidísimo trabajo. (Eduardo) Macedo, nada y van dos. Los mozos de forçado (NOTA : forcado) dan una pega, cuya... suerte es calificada por el público de salvaje, y con razón, porque en ella ni se ve arte, ni cosa que se asemeje. Padilla, que ha vuelto á aparecer en el ruedo, convencido de que sin él nada bueno se hará —ni con él tampoco— cede los trastos de matar á... ¿á quién creerán ustedes? Pues á... Frascuelito, cuya barbaridad autoriza el presidente, á pesar de ver que ni aun el capote sabe coger. Se dirige aquél al novillo, le larga dos telonazos, arrojando luego los bártulos y tomando el callejón cuando el toro se fijaba en él. A una distancia de unos diez metros se tira á herir, arranca entonces el becerro y Frascuelito huye, dejando clavado el estoque en un pie á Padilla. Este es retirado en brazos á la enfermería, y el de Mondoñedo suda tinta, hasta que al fin no sé qué hizo, que el bicho se acostó , no sin que antes éste le quitara de una coz la coleta al diestro, aunque parezca bien raro este acertado castigo.
Antes de salir el tercer bicho nos dan un largo descanso, sin duda para prepararnos á otras emociones, lo cual origina la bronca número no sé cuántos. Al fin surge otro embolado, buen mozo y bravo. (José Bento de) Araujo se luce y (Eduardo) Macedo se estrena ; era tiempo. Los pegadores repiten su artística misión y Frascuelito es detenido por no querer matar el cornúpeto. Se procede á retirar á éste al corral y la operación dura media hora, en medio de una bronca formidable ; el novillo da un tremendo trastazo á uno de los encargados de retirarlo, y por fin se dirige al corral al divisar un poco de hierba que le agitan desde el toril. El espectáculo, como se ve, tuvo la mar de gracia.
Como el presidente se había retirado y aún faltaba el último toro, arreció la bronca de un modo espantoso, hasta que al cabo reaparece aquél y ordena la salida del citado bicho, que viene sin embolar y bien armado. (José Bento de) Araujo y (Eduardo) Macedo brillan por su ausencia. Solo los dos banderilleros españoles, capean á la fiera é intentan parearla, amenizado esto último por un griterio imponente, y al llegar aquí, se desarolla en epílogo de esta sensacional tauromacada.
Cuando ya nadie pensaba en Frascuelito, aparece éste conducido del brazo... ¿por quién supondrán ustedes? pues por el proprio gobernador de la provincia y un inspector, quienes á viva fuerza querían lanzar al ruedo á aquel pobre infeliz para que se suicidase en las astas del toro.
Entonces el público,
dificilmente contenido por los más sensatos, protesta indignado contra la
bárbara é inhumana conducta de aquella autoridad, y á no haberse largado ésta
inmediatamente, Dios sabe lo que hubiera ocurrido esta tarde en la plaza
coruñesa. El bicho se retira al corral y el público desfila sintiendo la
nostalgia de la corrida anterior.
Como se ve, la tourada fué un desastre incalificable, una tomadura de pelo, por no decir otra cosa. ¿Quién tuvo la culpa? La «Liga» por organizar un festejo que ni encaja en nuestras costumbres, ni estaba preparado en debida forma.
Unicamente es perdonable por su buena intención de introducir novedades en el programa, y el público comprendiéndolo así, no le creó el serio conflicto que le originaría á un empresario cualquiera. ¿Qué se consiguió con esto? Desacreditar la plaza y escamar al público. ¡Por Dios, que no vuelvan á repetirse semejantes espectáculos indignos de nuestra plaza, porque lo que hoy no sucedió por respetos á la «Liga», sucederá mañana con fatales consecuencias.
Y para terminar, diré dos palabras á nuestro gobernador actual. ¿Con qué derecho este señor obligaba, personal y forzosamente, á Frascuelito, á que matase el cuarto toro, hollando así la autoridad de la presidencia, encomendada á un concejal y rebajando la propia?
Sepa usted, Sr. Aparicio, que cuando un diestro no quiere cumplir su compromiso, la presidencia está en el caso de multarlo ó deternerlo ; pero nunca, nunca, obligarlo en persona y á la fuerza, cual usted lo hizo, aunque inútilmente, abusando de su cargo.
¡Tiene usted el suficiente valor para arrastrar á un pobre al suicidio — como así lo representaba pretender que Frascuelito matase aquel toro sin picar ni banderillear — y en cambio no le tiene para meter en cintura á la gente maleante que infecta la Coruña, para prohibir el juego, para impedir la trata de blancas!
Ya que no salvaba el conflicto, no viniere usted á empeorarlo con su capichoso y punible proceder.
Pero, señor,¡qué desgraciada es nuestra capital con los gobernadores que le imponen de Madrid! Desde hace una porción de años solo uno ha tenido digno de ella : D. Felipe Romero Dorrallo. Los demás unas nulidades completas, gobernadorilmente hablando, que han venido á este puerto de mar no sé a qué.
EUGENIO ALONSO. (NOTA : Este jornalista trabalhou anteriormente para EL RUEDO de Madrid, por exemplo)
(INST. DE AVRILLÓN)
In SOL Y SOMBRA, Madrid - 10 de Novembro de 1904