Biblioteca Digital de Castilla y León
Viaje del Rey Eduardo VII de Inglaterra á Lisboa.
Conocido ya
de nuestros lectores, en casi todos sus detalles, el grandioso recibimiento que
la Corte portuguesa ha dispensado al Rey Eduardo VII de Inglaterra, no hemos de
entrar en minuciosidades, ajenas á la índole de SOL Y SOMBRA, y sólo á título
de curiosidad histórica, digna de registrarse como acontecimiento, poco
frecuente en la vida de los pueblos, daremos algunos datos — los más
interesantes — que con el regio viaje se
relacionen.
Biblioteca Digital de Castilla y León
El día 2 de
Abril, á las tres de la tarde pr´ximamente, entró en el puerto de Lisboa S. M.
el Rey Eduardo, á bordo del yacht real Victoria
and Albert, escoltado por los cruceros D.
Carlos, D.ª Amelia y Adamastor, al mando del Contraalmirante
Moraes é Sousa.
Gentío inmenso
presenció el desembarco y todos los buques surtos en bahía hicieron las salvas de
ordenanza á vista de la escuadrilla inglesa, que correspondió con los disparos
y saludos de rúbrica.
El cortejo
presentaba aspecto imponente y lucido.
A la
indicada hora salió S. M. el Rey D. Carlos del Palacio de las Necesidades, en un
landeau tirado por seis hermosas
parejas de caballos.
Dicho
Palacio es la residencia actual de los Reyes de Portugal, y en él se hospedó el
egregio visitante.
Formaron las
tropas en las calles principales que había de cruzar la comitiva, en una
extensión de cuatro kilómetros, con un efectivo de 7.000 hombres, 900 caballos
y 40 piezas de artillería.
Cuando el Victoria and Albert fondeó frente de los
Caes das Columnas, saludaron todos nuestros navíos de guerra surtos en el Tajo,
y al mismo tiempo se dirigía hacia el yacht
inglés, á bordo del bergantín real, S. M. el Rey don Carlos.
Las bordas y
costados del bergantín, hasta la línea de flotación, están guarnecidas de obra de
talla doradas, formando guirnaldas de flores, hojas, frutos y otros dibujos
caprichosos.
A las cinco regresaron
los Reyes al Ferreiro de Paço (NOTA :
Terreiro do Paço), en donde habían instalado un pabellón, en el cual Eduardo
VII recibió los primeros cumplimientos, haciendo guardia de honor el regimiento
de caballería núm. 3, del que es Coronel honorario Su Majestad Británica.
En la
tribuna de dicho pabellón presentó el Rey D. Carlos á su regio huésped, sus
Ministros, los Presidentes del Parlamento, el personal de los Tribunales Civil
y Militar y el Gobernador de Lisboa.
Formaban el
cortejo, que se puso luego en marcha, los coches reservados para las grandes
solemnidades, en número de seis, y el conjunto de la comitiva resultaba
deslumbrador.
A la cabeza
iban seis palafreneros á caballo.
Entre las
carrozas, de gran valor y belleza artística, descollaba, por su opulenta
elegancia, la llamada de D. Juan V, que condujo á los Reyes Eduardo VII de
Inglaterra y Carlos I de portugal.
Al ponerse
en movimiento la comitiva el pueblo aclamó con delirante entusiasmo á Eduardo
VII, que agradecía conmovido, lo mismo que D. Carlos, tales demostraciones.
Las bandas
militares ejecutaron el himno inglés al paso del Monarca y se dispararon algunos
centenares de cohetes.
De los
balcones pendían ricas colgaduras de variados matices, y las señoras arrojaban flores sobre el
carruaje ocupado por el Rey Eduardo.
En suma : la
comitiva fué una verdadera marcha triunfal hasta el Palacio de las Necesidades.
El día 3
realizóse la excursión á la pitoresca Cintra.
A las once y
media entró el tren en la estación de la villa, donde esperaban á los Reyes
muchos personajes del mundo oficial y multitud de gente del pueblo, lanzando
cohetes y vivas entusiastas.
La recepción
que obtuvo Eduardo VII en Cintra resultó solemne y afectuosísima.
Desde la
estación pasó la comitiva, en carruajes preparados al efecto, al Castillo de la
Pena, siendo el Rey Eduardo muy vitoreado en todo el trayecto.
Después del
almuerzo pasearon á pie los regios viajeros, y á las dos de la tarde se
dirigieron en automóvil á la quinta de Monserrate.
A las cuatro
regressó el tren real á Lisboa, llegando una hora más tarde á la estación del
Rocío.
Por la noche
se quemaron fuegos artificiales en el Tajo, y los Reyes presenciaron el
espectáculo desde el Museo das Fanellas
verdes (NOTA : Janelas Verdes).
Las
iluminaciones produjeron un efecto deslumbrante : desde Cacilhas hasta el Lazareto,
en una extensión de seis kilómetros, todas las costas estaban cubiertas de
farolillos que, encendidos, dibujaban las sinuosidades y contornos.
Abajo, en
nuestro hermoso río, millares de globos, parecían, vistos á distancia, surgir
de las aguas, produciento la variedad de sus colores un conjunto fantástico
imposible de describir.
Además, para
aumentar el esplendor de cuadro tan magnífico y extraordinario, nuestros buques
de guerra, los cruceros ingleses y el Pelayo,
que envió España á Lisboa para recibir á Eduardo VII, se iluminaron, dibujando
con luces sus contornos desde la línea de agua hasta los topes.
Por el Tajo
navegaban multitud de barcos, también iluminados, semejando regueros de luz
brotando de las aguas serenas y tranquilas.
Se quemaron varias
piezas muy vistosas, y á media noche, próximamente, dióse por terminado el
festejo, retirándose entonces SS. MM.
En la
población todos los edificios públicos, y buen número de particulares, iluminaron
sus fachadas durante la estancia de Eduardo VII en Lisboa.
El día 4 por
la mañana visitó el Rey de Inglaterra, en carruaje, acompañado por el de
Portugal y Marqués de Loveral (NOTA : Luis Pinto de Soveral -ver https://www.sjpesqueira.pt/pages/1385 ), nuestro Ministro en Londres, la Sociedad geográfica, donde fueron
recibidos por la Corporación en pleno y saludados, en nombre de la misma, por
su ilustre Presidente y Consejero Ferreira do Amaral.
Después de
almorzar asistieron al tiro de pichón en la Tapada da Ajuda, á donde
concurrieron también S. M. D.ª María Pía y el Infante D. Alfonso.
Por la noche
efectuóse la función regia en el teatro de la Ópera, que resultó brillantísima
; las localidades se cotizaron á precios fabulosos, ocupándose todas.
El día 5 por
la mañana, después de practicar los oficios divinos en la iglesia protestante, Eduardo
VII visitó el Club Inglés, donde permaneció hasta cerca de las tres y media,
hora en que ambos Monarcas partieron para Cascaes, recorriendo en automóvil las
calles de la población, vistosamente engalanadas, acercándose después á la Boca del infierno y la playa del
Guincho.
A las ocho y
media de la noche regresaron al Palacio da Ajuda, en donde se celebró el
banquete de gala á Su Majestad Británica por la Reina viuda doña María.
El día 6, á
las doce y media, presenciaron SS. MM., desde los balcones de Palacio, el
desfile del Regimiento de caballería número 3.
Después, el
Rey Eduardo se dirigió al Asilo inglés del Buen Suceso, que visitó hace veinte
años, cuando aún era Príncipe de Gales.
Por la tarde
verificóse la corrida de gala en la plaza de Campo Pequeño, dedicada por la
empresa al Monarca inglés.
Muchos días
antes del espectáculo, ya las diversas localidades estaban acotadas á precios
fabulosos, casi inadmisibles, de modo que la concurrencia fué extraordinaria y
escogidísima.
Ese interés
se justificaba, toda vez que la empresa organizó una corrida verdaderamente
suntuosa, logrando el resultado que podía esperarse.
El aspecto de
la plaza era lindísimo, espléndido, deslumbrador, contribuyendo á él
poderosamente un día de sol propio para la diversión.
El palco
real estaba adornado con exquisito gusto, viéndose la barandilla cubierta con
una colgadura de terciopelo rojo adamascado, con franja del mismo color que
desdoblaba sobre ella una guirnalda de rosas blancas que remataba en las basas
de las columnas, en ramilletes de rosas amarillas y otras flores.
Todo el
frente del palco estaba revestido de plantas y arbustos, destacándose á la
izquierda una hermosa palmera que se erguía casi hasta el mástil de la bandera,
en artística disposición.
Interiormente,
el palco hallábase cubierto por cortinajes de terciopelo rojo con orla dorada
en la parte superior, decorado el testero con fajas azules y blancas y, por
fuera, en la parte superior del palco, una guirnalda de boj.
Todas las
barandillas de los palcos, en los dos cuerpos, alrededor, estaban cubiertas con
tapices y colgaduras y las columnas intermedias con listas azules y blancas en
la parte superior y blancas y rojas abajo. También las galerías estaban
adornadas en igual forma, flotando sobre las cornisas de la plaza banderolas y
gallardetes.
Las demás
localidades ostentaban decorado semejante y el conjunto presentaba un cuadro
lleno de alegría, luz y color.
En el
redondel aparecían artísticos y caprichosos dibujos trazados con serrín
amarillo, verde y rojo.
A la hora
señalada — tres y media — presentáronse SS. MM. en el palco, á los acordes del
himno God Save the king y vivas al
Rey Eduardo, que duraron algún tiempo, durante el cual los espectadores permanecieron
en pie y descubiertos.
Luego la
banda ejecutó el himno portugués y resonaron entusiastas aclamaciones á Carlos
I.
Ambos
Monarcas recibieron en pie muy conmovidos tales manifestaciones. Enseguida
dióse principio al espectáculo, con la entrada en el redondel de siete charamelleiros, jinetes en hermosos
caballos, y vestidos con calzón corto y media, casacas rojas galoneadas de
amarillo, sombreros negros con galones de plata ; seis de ellos con clarines y
el otro con timbales, adornados los instrumentos con grandes paños de seda
verde, bordados de plata, con franja del mismo metal y en el centro las armas
reales de Portugal.
Los caballos
lucían ricos arreos y finos caireles rojos, á la antigua usanza, bordados
también de plata.
Los charamelleiros dieron vuelta al
redondel, emplazándose después en el centro.
Dada la
señal para las cortesías, entraron en
el redondel cuatro pajecillos con sus pastones, vistiendo dos de verde y blanco
y otros de rojo y blanco ; seguía el neto,
con traje de seda negra, bota larga, peluca y gran sombrero de plumas ; llegó
con el rostro cubierto frente al palco regio y después dió vuelta á la plaza
saludando á los espectadores.
Inmediatamente
se presentaron dos lujosos carruajes de la Casa Real, conduciendo los
caballeros en plaza ; en el primero iban Joaquín Alves, con casaca de terciopelo
rojo y guarniciones de plata y tricornio con plumas blancas y encarnadas ;
Simoes Serra, con casaca de seda verde, bordada en negro y tricornio con plumas
encarnadas y plata, y Eduardo Macedo, con casaca de terciopelo negro,
guarnecida de oro y tricornio de plumas encarnadas y blancas.
Ocupaban el
segundo : José Bento de Araujo, con casaca de seda azul y adornos de plata y
tricornio con plumas encarnadas, blancas y azules ; Fernando de Oliveira, con
casaca de terciopelo azul, bordada en plata y tricornio con plumas blancas y
azul celeste, y Manuel Casimiro, con casaca de seda encarnada, guarniciones en
blanco ytricornio con plumas amarillas y rojas.
Llegaron los
coches al centro del ruedo, y los caballeros descendieron para saludar á los Reyes,
regresando enseguida al interior por el callejón. Detrás de los coches iban los
caballos de brega de los rejoneadores, ricamente enjaezados ; luego la acémila
conduciendo las cajas de rejones, rodeada por ocho mozos de forcado, y seguida de otros tantos ;
hiciéronse las cortesías acostumbradas,
entrando primero los banderilleros y después los mozos de plaza, los andarilhos, doce campesinos provistos de
pampilhos y con sus trajes
característicos y, por último, los caballeros montando hermosos corceles de
paseo.
NOTA : José Bento de Araújo é o terceiro cavaleiro a partir da esquerda na foto.
Terminadas
las cortesías, empezó la lidia.
Los toros
del Sr. Correia Branco, resultaron bien criados, pero bastos, á excepción del
sexto. Corridos esta tarde, en una fiesta de tan gran aparato y con los precios
tan elevados, para quedar airoso el ganadero debería ofrecer, por lo menos, á
los pobres el dinero que recibió de la empresa.
NOTA : José Bento de Araújo é o segundo cavaleiro a partir da esquerda na foto. De los caballeros, se distinguió en primer término, Macedo.
Pusieron
algunos pares buenos Theodoro, Cadete, Torres Branco y Manuel de los Santos,
siendo el mejor uno de Torres Branco á la salida del cuarto toro.
En la brega, Theodoro y Manuel
de los Santos.
Los forcados que hicieron
la guardia, mal en el primero y sólo regulares en los restantes.
SS. MM. los
Reyes de Inglaterra y Portugal, la Reina D. María Pía, el Infante D. Alfonso y
la comitiva se retiraron al cabar la lidia del octavo toro.
Por la noche
verificóse en el Palacio de Ajuda el concierto ofrecido por la Reina madre, con
asistencia de las oficialidades de los buques de guerra ingleses y del Pelayo.
El día 7, á
las once de la mañana, asistió Eduardo VII á la fiesta organizada en su
obsequio por la Asociación comercial
en el Tribunal de Comercio.
La multitud
que se apiñaba en el tránsito saludó al regio huésped con el mismo entusiasmo
que el día de su llegada á Lisboa ; el aspecto que ofrecía la Plaza del
Comercio, donde está situado el Tribunal, era imponente : las señoras saludaban
con sus pañuelos y batían palmas, y los hombres prorrumpían en aclamaciones
delirantes, saludando al Rey Eduardo en el momento de abandonar el carruaje
para penetrar en el Palacio de la Asociación.
Terminada la
sesión, el Rey conversó con el Presidente, señor Simoes de Almeida, contempló
breves momentos, desde uno de los balcones del edificio, el aspecto que presentaba
la Plaza, henchida de muchedumbre que le vitoreaba incesantemente, y enseguida
se dirigió, acompañado por S. M. D. Carlos y el Infante D. Alfonso, al muelle
de embarque.
A bordo del yacht real Victoria and Albert se sirvió un almuerzo de despedida ofrecido por
Eduardo VII, al que asistió corto número de invitados.
Se cruzaron
entusiastas y cariñosos brindis entre ambos soberanos, y á las cinco de la
tarde el convoy real llevó anclas, yendo el Rey Eduardo á bordo del yacht, que iba escoltado por los
acorazados Minerva y Venus y acompañado hasta la barra por la
división naval portuguesa, compuesta por el acorazado D. Carlos y el crucero D.ª
Amelia.
Tal fué la
forma solemne y entusiasta con que Portugal recibió al primer ciudadano de la
Gran Bretaña.
CARLOS ABREU.
In SOL
Y SOMBRA, Madrid - 23 de Abril de 1903