17 DE NOVEMBRO DE 1949 - ESPANHA : HISTÓRIA DA TAUROMAQUIA EM PORTUGAL (na imprensa espanhola)



Antiguedad taurina portuguesa

No es preciso haber profundizado mucho en Historia, sobre todo en lo que respecta a los siglos medievales, para darse cuenta de que la Fiesta taurina tiene el mismo arranque y, por lo tanto, el mismo abolengo en nuestro suelo, peninsular, aunque, después, el hoy arte taurino siguiera su curso dividido en dos grandes ramas, una que sigue aquel toreo ecuestre secular, y otra el hoy tan perfeccionado toreo a pie.

Biblioteca nacional de España
Recordemos que, en los principios del siglo XI, la Peninsula Ibérica estaba dividida en Reinos y Condados y no existia Portugal como nación. Fué Alfonso VI, rey de Castilla y León, quien unió bajo su cetro, en 1073, muchos de esos Condados y conquistó también Lisboa y Santarem.

El nieto de aquel rey de Castilla, Alfonso Henriques, fué quien, después de ganar la batalla de Ourique contra los reyes moros, a su regreso, se sublevó contra su madre, y, amparado por los nobles y el Clero, a los dieciocho años se proclamó en Guimaraes (la ciudad fundada por la condesa gallega Mumadonna), en 1139, rey de Portugal.

En 1142 se formalizó en Zamora la paz de Arcos de Valdevez. Ya hablamos, en estas mismas columnas de EL RUEDO, de la ciudad de Guimaraes, cuyo éxito, al construir una Plaza de Toros en cinco días, le dió, aparte del prestigio que como cuna de na nación tenía, la de escribir en las páginas históricas del Toreo un hecho original. Destruída por un incendio - al parecer, intencionado - en las vísperas de las festividades de su Patrón, San Gualter, y para no quedar sin corridas en esos días, reacconó de forma magnífica ante la desgracia. "Gran ejemplo" de cividad, abnegación y amor a la Patria chica (bairrismo lo llaman a esto los portugueses) y taurofilia".

Volviendo de nuevo a la época medieval, sabemos que la ocupación primordial de aquellos reyes, príncipes, condes, gentiles-hombres y vasalos era la guerra. Cuando la paz, siempre transitoria, reinaba entre ellos, la caza de animales feroces, los torneos y justas eran el motivo de su constante entrenamiento.

Nos describe el gran escritor e historiador portugués Alejandro Herculano un torneo de la ciudad de Guimaraes, poco después de que Alfonso VI cambiara la espada de guerrero y el cetro de rey por la mortaja, y once años antes de ser proclamado Portugal como Nación, en el cual entraron en liza caballeros leoneses, castellanos, navarros, aragoneses y lusitanos.

Esto nos hace recordar que aquellos caballeros castellanos, navarros y aragoneses luchaban lo mismo bajo el escudo y la bandera del rey de aquí, como "fichaban", al igual que cualquier futbolista moderno, para el de allá, por lo que es lógico y natural que muchos de los guerreros que tenía a sus órdenes el primer rey portugués Alfonso Henriques fueran castellanos, leoneses, navarros y aragoneses.

La destreza en alancear toros fué quedando como un motivo para fiestas de los dos países: Portugal y Castilla. La aristocracia justificaba las fiestas belicosas como ejercicio para las conquistas del Viejo y Nuevo Continente, dándoles la pomposidad y aparato de acontecimiento nacional, en las que no olvidaban el lujo magnífico y la riqueza deslumbrante.

Los portugueses, más tradicionalistas, han conservado el culto por el toreo ecuestre, dejando muchos motivos de las corridas que se celebraban en la Plaza Mayor de Madrid, en los que desfilaban, además de los ocho o diez equipos de los caballeros que tomaban parte, en las justas y juegos de cañas, el del rey, por si éste se decidía a tomar parte en la lidia de los toros. Este conjunto estaba constituído por el trompeta mayor del palacio, el zaguanete de la guardia tudesca, los trompetas y clarines, con los escudos reales, los caballerizos, los palafreneros y los lacayos, todos con libreas flamantemente bordadas.

Algunos, como don Duarte de Portugal, cuando tomó parte en las Fiestas Reales en 1623, que se celebraron por la visita del entonces príncipe de Gales, Carlos Stuart, hijo del rey Jacobo I de Inglaterra, presentó en los paños de sus trompeteros los escudos de armas de España y Portugal. Treinta caballos de combate y doce de respeto, además de veinte criados vestidos a la turca, que transportaban sus rejones y manojos de cañas, participaron en la fiesta. Hoy, en las "cortezias" de las corridas a la antigua usanza portuguesa, aun salen, como en las fiestas que se celebraban en la Plaza Mayor, la mula con los rejones de las farpas adornados con gualdrapas, con la diferencia de que, en vez de ser llevada por los lacayos, que no tomaban parte en la lidia, lo es por los forzados.

Sin embargo, siempre se siguió llevando a los rejoneadores, o "cavaleiros", en los antiguos coches reales. Detrás van también los trompetas, que aquí se llaman "araucos" (sic: arautos) o heraldos - esta es su traducción literal -, y los mozos con los caballos de combate, palafreneros, pajes, "carecas" y "papagaios".

Claro que el toreo ecustre actual portugués se diferencia mucho, no sólo del de aquella época, sino hasta del que ejecutaban los famosos "cavaleiros" José Bento de Araujo, Alfredo Tinoco, José y Manuel Casimiro de Almeida, Victorino Froes y tantos otros del primer cuarto del siglo presente.


A. MARTIN MAQUEDA

In EL RUEDO, SEMANÁRIO GRÁFICO DE LOS TOROS, Madrid - 17 de Novembro de 1949